
Acabo de ver una pequeña gran película que recomiendo a todo aquel que quiera reconciliarse con el Séptimo Arte. La Banda nos visita, una película dirigida por Eran Kolirin, ganadora de una gran número de premios internacionales, es una de esa joyas que no pueden dejarse de ir a ver (y hay que ser rápido porque últimamente la política de pases de las salas no de películas que valen la pena es meteórica).
Una joya porque convierte la pequeña historia en un verdadero crisol en el que cristalizan los grandes temas que encierra un conflicto endémico; el conflicto arabe-israelí. Y lo hace con tal naturalidad, humor, inteligencia y simpatía, sin perder un ápice de hondura, que el sabor de boca que deja es maravilloso. Cine pues en estado puro.
Como se apunta al principio de la película es una historia tan cotidiana, tan mínima (un grupo de músicos de una banda de la policia de Egipto invitada a dar un concierto en una ciudad de Israel se pierde y se ve obligada a pernoctar en un pequeño pueblo en medio de la nada) que muy probablemente nadie la recordaría.
Pero a partir de ahí comienzan a desarrollarse los caracteres, el poso de cada uno de los personajes, sus vidas, sus problemas, sus dudas, sus frustraciones en interacción con las de aquellos que los acojen, y es ahí donde empieza la magia de este hermoso trabajo. Porque integrado en esta anodina situación hay lugar para todo; para el amor, la ternura, la frustración, el olvido, el reencuentro, la duda... La lectura es inmediata, los problemas de árabes e israelíes son los mismos, las vidas, las mismas, los sueños que quieren alcanzar muy similares y esta situación no esperada pero encontrada por todos ellos, lo demuestra.
La interpretación de los personajes (de todos ellos), especialmente de Sasson Gabai en el papel de Tewfiq, un genial y digno director de la banda un tanto atormentado por su pasado familiar, y de Ronit Elkabetz, en el papel de Dina, una bohemia lugareña que se ahoga en una aldeilla que coarta su imaginación y sentido del humor, es simplemente impagable.
Y es ahí, desde lo mínimo, lo casi imperceptible por cotidiano y habitual donde vemos (a contraluz) los grandes disparates a los que llevan los "grandes debates", la violencia que infringe la ideología con mayúscula, lo alejado que queda todo el discurso de buenos y malos, lo artificial de la clasificación manida, la impostura de las posturas oficiales irreductibles etc.
En un momento de la película Dina le dice al maduro Tewfiq, con el que ha coqueteado durante toda la noche hasta que comprueba que su historia no llegaría a ningún sitio, que de pequeña veía con su madre y su hermana los viernes por la tarde películas árabes de Omar Sharif y que todo el país se paralizaba haciéndolo (¿no es incríble?) y que todas ellas se enamoraron de sus personajes, se enamoraron del amor, ¡del amor de un árabe! ¿No es alucinante que esta realidad cultural sea la misma que la del rosario de terribles guerras que se han vivido desde hace tanto tiempo?
Quizá pueda aprenderse más sobre este conflicto con esta película (o con novelas como Fima de Amos Oz, o Léxico Familiar de Natalia Ginzburg para conocer el fascismo italiano) que con cien sesudos estudios geopolíticos sobre este tema, porque la materia prima con la que tratan estas obras es la vida misma y no tanto reflexiones o posturas a priori aunque todas ellas estén muy bien documentadas.
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