lunes, enero 15, 2007

Elegía de Philip Roth por Jose Antonio Gordillo Martorell

Autor/es: Philip Roth Título: Elegía Editorial: Mondadori Páginas: 150 Precio: 15 €

No es necesario ser un fanático de Roth para que se te corte la respiración leyendo esta novela que es mezcla de autobiografía sutil y de verdadero “asalto” a uno de los temas mayores del ser humano: su final, la muerte.

La prosa con la que nos regala Roth es límpida, incisiva, surca el espacio entre el papel y nosotros con una eficacia demoledora y a una velocidad de vértigo. Es uno de esos libros que parecen haber sido escritos para ti, sólo para ti.

Un tema universal, clásico, intemporal (el más intemporal de todos) por lo que se refiere a algo que nos afecta a todos tratado en una de esas “novelas últimas” de autor en las que éste no se juega nada, no arriesga nada porque todo está hecho ya. Y en la que sin embargo y en una vuelta de tuerca creativa vuelve a darlo todo, lo mejor de sí mismo y de su proceso creativo.

Para mi Roth en esta novela, traducida del original Everyman de una forma un tanto forzada, consigue arrancar trozos de vida e incrustarlos en las páginas de un libro. Da esa sensación cuando lees sus novelas, y en esta vuelve a ocurrir, que no lees sus novelas sino que la vives. Por muchas razones pero sobre todo porque afronta la infinita complejidad de la vida humana, sus infinitas aristas, tonalidades, irregularidades (ese “fuste torcido de la Humanidad” a la que hacía referencia Isahia Berlin). Y esa pluralidad, esa naturaleza múltiple la que se te hace

Siempre llama la atención (excepto en casos muy puntuales de poetas como Lorca, Whitman o cómo cuando uno observa la evolución de los grandes autores, son más brillantes cuanto más avanzan en su edad porque más a las claras se observa la materia prima de la que está hecha su obras: su vida misma. Cuanto más evidente se hace este trasfondo más rica, más avasalladoramente brillante es la obra.

Roth intenta ir más allá. Biográficamente está al final de su vida y se atreve con lo que hay después, como en esa escena en la que en el cementerio, sobre la tumba de sus padres trata de buscar desesperadamente sus huesos por ser lo único importante, lo único capaz de transmitirle consuelo.

En la breve novela podemos encontrar momentos impagables pero me quedo con ese en el que el protagonista describe sus sensaciones al bañarse de niño en una de las playas alas que iba a pasar sus vacaciones de verano. Hace gala de una batería maravillosa de sensaciones, de todo un mundo sensorial a flor de piel que emborracha al protagonista y que lo aproxima al máximo a lo que es vivir, sentirse vivo, exactamente todo lo contrario a lo que planea insistentemente durante 150 páginas en la mente del protagonista. Esa felicidad despreocupada, esa felicidad ”porque sí” ajena a todo, insensata, esquiva, primaria es la que persigue de manera inconsciente a lo largo de toda su vida. Un profesional liberal, apegado toda su vida a la creación artificial de estímulos, coloca como eje referencial de su vida una sensación corporal obtenida de niño y la equipara a la felicidad como categoría absoluta con la que medir el resto de sus emociones.

Y sobrevolando toda la construcción de la novela ese bucle misterioso que nos redirige una y otra vez al principio, a nuestros orígenes para rescatarlos y hacerlos lo más vivo posibles, resucitarlos una y otra vez, desenterrarlos, hacerlos nítidos haciendo que ganen en nitidez. Es asombroso, el paso del tiempo hace más nítidos nuestros recuerdos más tempranos y no a la inversa. ¿por qué? Esta novela ofrece una meditación al respecto en todo su fragor. No os la perdáis.