domingo, octubre 29, 2006

El Jardín de las Delicias - Número 2

ÍNDICE

UNITED 93. Viaje a lo inconcebible, por José Antonio Gordillo.
"Estoy seguro que dentro de 50 años cuando los historiadores intenten explicar qué ocurrió el 11 de septiembre de 2001 utilizarán esta película fría, estremecedoramente objetiva que es United 93 como fuente para realizar su trabajo."(leer)

De la literatura al celuloide, por Luis Mayorgas.
"En el lenguaje cotidiano, la expresión “Eso es de ciencia ficción” no suele ser un comentario de connotaciones positivas. Al contrario, acostumbra a tratarse de una afirmación despectiva, destinada a sugerir que el objeto de la frase es algo desatinado, irrealizable o poco realista, la fantasía de alguien que no tiene los pies en la tierra." (leer)

Beethoven. Fidelio,el coraje de una mujer, por Alvaro López-Jamar.
“Oh vosotros,hombres que me miráis y me juzgáis huraño, loco o misántropo, ¡Cuán injustos habéis sido conmigo! ¡Ignoráis la oculta razón de que os aparezca así! Mi corazón y mi espíritu se mostraron inclinados desde la infancia al dulce sentimiento de la bondad, y a realizar grandes acciones he estado siempre dispuesto; pero pensad tan solo cuál es mi espantosa situación desde hace seis años, agravada por médicos sin juicio, engañado de año en año con la esperanza de un mejoramiento, y al fin abandonado a la perspectiva de un mal durable, cuya curación demanda años tal vez, cuando no sea enteramente imposible." (leer)

Lecturas Recomendadas, por Elisa Maldonado
"Travesuras de la niña mala de Vargas Llosa y Brooklyn Follies de Paul Auster."(leer)

El futuro de la Web, por Pablo Rojas.
"
Durante las últimas décadas los principales actores de la industria de las telecomunicaciones y la informática han ido desplegando de forma estratégica sus estándares propietarios para sacar el máximo jugo a las carteras de los usuarios. Pero como dice el refrán popular, no hay mal que cien años dure, y durante el último año y pico este panorama ha cambiado ostensiblemente. " (leer)


CINE Y CIENCIA FICCIÓN

UNITED 93. Viaje a lo inconcebible.
José Antonio Gordillo

Estoy seguro que dentro de 50 años cuando los historiadores intenten explicar qué ocurrió el 11 de septiembre de 2001 utilizarán esta película fría, estremecedoramente objetiva que es United 93 como fuente para realizar su trabajo.

Cuando uno la ve se siente sobrecogido por el “tono” distanciado de la película de la misma forma que cuando uno lee los libros de Primo Levy sobre la monstruosidad del genocidio nazi. Es ese desapasionamiento casi imposible de conseguir, esa objetividad ante lo inconcebible, ante lo inimaginable, ante un tema en el que de forma casi inevitable debe tomarse partido, lo que hace este tipo de creaciones tan poderosas. Atreverse a enfrentarse a una mentalidad criminal con el método científico (no en vano Levy era químico) del rigor, la “objetividad”, con “bisturí” y “escalpelo” no es nada fácil y Greengrassal lo consigue con esta película.

Estamos ante un tipo de cine que busca el testimonio más que el recrear una historia en torno a un acontecimiento. Dejar hablar las imágenes por sí solas más que generar una trama que ya de antemano está construida y es conocida por todo el mundo. Un testimonio sobre un acontecimiento de esos que iban a cambiar el curso de la historia de verdad. Y lo hace con un tema de la inmensa complejidad de los atentados terroristas que vivió el pueblo norteamericano el 11 de septiembre. Una verdadera herida en su conciencia colectiva que tardará todavía mucho en restañarse.

Para conseguir ese “tono” global en la película concurren múltiples factores.

Una técnica de rodaje basada en el documental que “deja hablar” las imágenes. Documental por cierto no a la manera del chisporroteo de imágenes incontrolado que suele emplear Oliver Stone en alguna de sus películas “históricas”.
La participación en el rodaje de actores no profesionales (nada de papelones) incluyendo algunos de los controladores “de verdad” que participaron en la aciaga jornada. Ha sido además un gesto voluntario por parte de estos profesionales que seguro habrán pasado más de un mal rato recordando esos terribles momentos en los que cada avión era una potencial bomba aérea y en la que se da la orden sin precedente en la historia de los Estados Unidos de cerrar el espacio aéreo de todo el país.

Una sobriedad (casi minimalismo) a la hora de presentar la cadena de imágenes que “hablan” por sí solas: el reflejo del rostro del suicida en el espejo del baño mientras se afeita el vientre donde va a colocar momentos después una bomba, la simpatía con la que un jefe de torre de control recién ascendido inicia de la que sería sin duda la jornada de trabajo más difícil de su vida, los gestos ordinarios de cada uno de los pasajeros al acomodarse en sus asientos momentos antes de iniciar el despegue del vuelo mortal, el momento memorable en el que la tripulación reza de forma colectiva mientars los secuestradores hacen lo propio implorando que el avión llegue lo antes posible a su objetivo etc... Las fuentes sobre las que se ha elaborado el guión de la película: buena parte de ella son las propias conversaciones mantenidas por la tripulación con sus familiares momentos antes de estrellarse (otra colaboración de esas ante las que hay que quitarse el sombrero). Un director, Paul Greengrassal que le conocemos por su segundo trabajo, Bloody Sunday (Domingo sangriento), una correcta visión acerca del impacto del terrorismo en los individuos y en la sociedad en el conflicto en Irlanda del Norte. Tras esta loable producción, el responsable de El mito de Bourne sacó adelante un proyecto como productor y guionista que le vincula más al de Bloody Sunday: Omagh.

Porque, además, el gran acierto de la película es, además del desapasionamiento en tratar un tema per se de pura toma de posición, que aborda con rigor y sin dejar opción para el discurso fácil, un tema central en las sociedades contemporáneas: el aumento de la vulnerabilidad del ser humano ante el riesgo (no en vano algunos sociólogos denominan a nuestras sociedades occidentales como sociedades del riesgo). Cuando uno observa la normalidad con la que se comportan los pasajeros mientras esperan tranquilamente en la puerta de embarque para que unos minutos después dejen de existir, uno no puede sino plantearse el frágil hilo que nos ata a la vida, más frágil si cabe desde 11 de septiembre de 2001.

Sobre ese telón de fondo y sobre la fuerza del crescendo de la historia central se entrelazan algunos temas no menos importantes y elegantemente esbozados como complementos: la omnipresencia/omnipotencia de los medios de comunicación (la forma por la que se entera la mayoría de los que están viviendo la situación –controladores aéreos, militares, responsables públicos- es la CNN), la negligencia de la cadena de la defensa nacional a la hora de actuar en una situación de verdadera amenaza a la seguridad de sus ciudadanos, las situaciones casi inverosímiles en las que puede surgir el heroísmo (a 11.000 pies de altura con un avión en el que sus pilotos han sido asesinados), o la falta de precedentes a las que se enfrentaron los responsables de esta tragedia (la mayoría de controladores se remontaba a una situación de secuestro de aviones para poder entender lo que estaba pasando).

Una película pues de las denominadas imprescindibles que será interesante confrontar con la ya en ciernes “World Trade Center” de la misma temática.

De la literatura al celuloide

Luis Mayorgas

En el lenguaje cotidiano, la expresión “Eso es de ciencia ficción” no suele ser un comentario de connotaciones positivas. Al contrario, acostumbra a tratarse de una afirmación despectiva, destinada a sugerir que el objeto de la frase es algo desatinado, irrealizable o poco realista, la fantasía de alguien que no tiene los pies en la tierra.

Es un  reflejo de la imagen que una parte importante del gran público continua teniendo del género literario de la ficción especulativa: Literatura juvenil de entretenimiento, no muy alejada de otros géneros, como la fantasía heroica o el horror, solo que sustituyendo a elfos y vampiros por marcianos.

De esta forma, solo se centran en el caracter escapista de la ciencia ficción (que lo tiene, y a mucha honra, por cierto), e ignoran el potencial de este género, no solo a la hora de hacer prospección del futuro, sino de su capacidad de usar sus mundos imaginados, sus realidades paralelas y sus civilizaciones extraterrestres como metáfora para tratar temas de actualidad.

De esta imagen infantilizada de la ciencia ficción tiene no poca culpa el mundo de cine. Siempre a la busqueda de ideas y argumentos prestadas de la literatura, Hollywood ha tomado tradicionalmente la parte más espectacular del mundo de la ciencia ficción: La de las naves espaciales, las armas de rayos, los montruos alienígenas y los planetas exóticos, dejando de lado la capacidad reflexiva del género, en aras de una mayor comercialidad.

Esto es particularmente obvio cuando la industria cinematográfica aborda la adaptación de las novelas más importantes de la ciencia ficción, donde la pérdida de matices -inevitable hasta cierto punto en el trasvase de un medio a otro- o peor aún, la perversión del mensaje original, se hace particularmente dolorosa para el aficionado al género con un poco de idea...

Esto es patente en cuanto empezamos a examinar la dispar suerte que han tenido los clásicos del género. Isaac Asimov, sin ir más lejos, es, aparte de uno de los escritores más reputados de divulgación científica, uno de los puntales de la ciencia ficción y probablemente su autor más prolífico (escribiendo del orden de 500 novelas durante su carrera). Sin embargo, ha sido relativamente poco adaptado, destacando la reciente Yo Robot (I Robot, Alex Proyas, 2004), supuestamente a partir del libro original de 1950 (más bien una antología de relatos que una novela). Ambas obras nos muestran un mundo donde el robot antropomórfo y autónomo es un bien de consumo más, en principio lejos del robot amenazador típico de los relatos de ficción de los cincuenta. Sin embargo, la película es un thriller de acción futurista de tono paranoico y tecnófobo a la mayor gloria de Will Smith, que trastoca el tono y mensaje de los relatos originales. Algo bastante opuesto a los cuentos cortos originales, auténticos puzzles detectivescos en los que se indaga en un comportamiento supuestamente anómalo de los robots, y que acostumbran a presentar una crítica al rechazo irracional y sistemático de la tecnología propio de algunos grupos de presíón.

Más fiel al espíritu de los relatos de Asimov es El Hombre Bicentenario (The Bicentennial Man, Chris Columbus, 1999), la adaptación del relato corto homónimo de 1973 sobre la progresiva evolución hacia la humanidad de un robot, aunque a ratos se incline por un tono sentimental algo molesto, pero con un espléndido Robin Williams, en uno de esos papeles contenidos y alejados del hitrionismo con que nos regala de vez en cuanto.

 

Asimov no es el único maestro poco aprovechado en el mundo del cine. Otro de los pilares de la ciencia ficcón clásica, Robert A. Heinlein, autor de clásicos como Forastero en Tierra Extraña (Stranger in a Strange Land, 1961) o Tiempo para Amar (Time Enough to Love, 1973) solo ha sido adaptada un par de veces: Alguien Mueve los Hilos (The Puppet Masters, Stuart Orme, 1994) es una olvidable y oportunista adaptación de Amos de Títeres (The Puppet Masters, 1951), que aprovecha el argumento de una invasión alienígena de parásitos que controlan la mente para sumarse a la moda conspiranoica alentada por la serie televisiva Expediente X. Más interés tiene la segunda, Starship Troopers, Las Brigadas del Espacio (Starship Troopers, Paul Verhoeven, 1997), aunque sea por ser un ejemplo perfecto de como darle la vuelta al concepto original. En ambos casos, se narra la historia de un soldado dentro de una versión espacial del ejército que lucha contra una raza alienígena de insectos. Pero mientras que el libro es una apología del militarismo como base de una sociedad próspera y saludable, inquietante por lo razonable y meditado de sus tesis, la película, que en una primera aproximación parece un producto de acción fantástica intrascendente para todos los públicos (si exceptuamos el tono abiertamente gore de bastantes secuencias de la película), se revela en una segunda lectura como una sátira salvaje de la exaltación de lo militar que suelen padecer las sociedades inmersas en algún enfrentamiento bélico.

Como vemos, muchos clásicos del género no acostumbran a tener adaptaciones fidedignas, si bien algunas de ellas se han convertido en películas de culto. Para muestra tenemos Dune (David Lynch, 1994), la voluntariosa adaptación de la obra maestra de Frank Herbert (Dune, 1965). La novela narra la historia del árido planeta desértico Arrakis y de Paul Muad’dib Atreides, el joven destinado a convertirse en el lider religioso que guiará a los habitantes de las dunas, los Fremen. Pero esta sinopsis no hace justicia a una obra magna repleta de reflexiones sobre temas como la ecología, la religión, la política o el libre albedrío, todo ello sin dejar de ser una de las novelas de ciencia ficción más emocionantes de la historia del género. En la película, por su parte, lo más interesante es como Lynch recrea el universo de Herbert haciéndolo suyo y convirtiéndolo en una versión retorcida y malsana del escenario de aventuras espaciales de toda la vida que conocemos de Star Wars o los comics de Flash Gordon. Sin embargo, el director no consigue hilvanar la densidad de tramas, personajes, situaciones y escenarios en un todo lo bastante coherente, y termina abrumando al espectador.

No todos los autores tienen tan mala suerte en sus adaptaciones. Phillip K. Dick, por ejemplo, tiene el honor de ser, probablemente, no solo uno de los autores más adpatados, sino de los que lo han sido con más acierto. Indudablemente, su obra más conocida, “Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas” (Do Androids Dream of Electric Sheep?, 1968), lo es por haber sido adaptada al cine como Blade Runner (Ridley Scott, 1982), la historia de un cazador de androides fugitivos que empieza a plantearse la moralidad de asesinar a criaturas inteligentes, por muy artificiales que sean. La película está considerada de forma unánime por crítica y público como una de las cumbres de la ciencia ficción fílmica, apesar de que se toma numerosas libertades con numerosos elementos de la novela, llevando la trama más lejos al sugerir que el propio Deckard podría ser, de forma inconsciente, otro androide.

 

Otra popular adaptación de Dick es Desafío Total (Total Recall, Paul Verhoeven, 1990), que desarrolla el relato corto Podemos recordarlo todo para usted (We Can Remember It for You Wholesale, 1966), donde se reflexiona sobre la memoria, la realidad y la identidad a partir de la historia de un hombre que acude a una agencia de viajes “mental” para contratar la última moda en turismo: un implante cerebral con recuerdos de un viaje a Marte. La película, encabezada por el Arnold Schwarzenegger de sus mejores tiempos, utiliza estos elementos, combinándolos con el cine de acción al uso cuando el implante mental revela en el protagonista unos recuerdos ocultos como agente secreto, manteniendo una inquietante y deliciosa ambigüedad acerca de si lo que estamos viendo es real o parte del delirio paranoico del protagonista.

 

Minority Report (2002), la reciente superproducción de Steven Spielberg, también está basada en un relato corto homónimo de Phillip K. Dick (Minority Report, 1956). En ambos casos, el punto de partida de la historia es el de una sociedad aparentemente utópica, en la que se dispone de la tecnología para predecir y abortar un crimen antes de que se cometa. Tanto el relato como la película plantean nuevamente el tema de la posibilidad real del libre albedrío. Spielberg alarga la historia, dándole un formato de thriller, y prescinde de alguna idea que se daba en el relato original, como los peligros de un estamento militar demasiado poderoso en época de paz, pero a cambio, aprovecha su película para poner en pantalla una de las representaciones más elaboradas y verosímiles de un posíble futuro próximo que se hayan visto nunca en el cine.

 

Pero Dick no es el único autor de ciencia ficción que ha sido adaptado por Steven Spielberg. Inteligencia Artificial (Artificial Intelligence, 2001) desarrolla el relato corto de Brian Aldiss, Los Superjuguetes duran todo el verano (Supertoys Last All Summer Long). El cuento original nos presenta, en unas pinceladas, la tragedia de David, el robot programado para amar a unos padres adoptivos que nunca serán capaces de verle más que como una pobre copia de un hijo real. La película de Spielberg desarrolla el relato, añadiendo personajes y un viaje iniciático del personaje en busca de su humanidad, en una clara analogía al cuento de Pinocho.

 

Por si la afición de Steven Spielberg por la literatura de ciencia ficción no es lo bastante evidente llegado a este punto, basta con fijarse en una de sus últimas películas, La Guerra de los Mundos (War of the Worlds, 2005), que adapta la obra del mismo título de H.G. Wells escrita en 1898, y una de las obras fundadoras de la ciencia ficción tal y como conocemos el género. En la película, la idea general de la novela permanece: Una sociedad que se desmorona sin poder hacer nada para impedirlo ante el ataque de un invasor extraterrestre tan alienígena –en el sentido más amplio del término- como completamente imparable. Sin embargo, Spielberg, fiel a sus señas de identidad y sus temas favoritos –la paternidad, la familia- narra la historia, no desde el punto de vista de un intelectual, como en la novela, sino desde el de un padre de familia –Tom Cruise- que lucha para mantener a su familia unida y con vida en medio del caos que se desencadena. Todo ello visto desde una inevitable sensibilidad post 11S. En este sentido, es interesante observar como la otra gran adaptación de La Guerra de los Mundos, la dirigida por George Pal en 1953 evitan ubicar la narración en el contexto histórico original en la que situa la historia H.G. Wells, la Inglaterra de finales del siglo XIX, y en lugar de ello las ambientan siempre en una época contemporanea a la que fueron rodadas, es decir, respectivamente, durante el apogeo de la Guerra Fría y la reciente paranoia antiterrorista norteamericana. Y es que, como decimos, la ciencia ficción no solo funciona como previsión del futuro, sino como metáfora de las preocupaciones del presente.

 

A propósito de H.G.Wells, podría decirse que es uno de los autores más populares a la hora de ser utilizados para la gran pantalla. La idea argumental de El Hombre Invisible (The Invisible Man, 1897), por ejemplo, ha sido utilizada en muchas más películas y series de televisión de las que podríamos reseñar aquí. En todo caso, destacaremos al menos dos: La adaptación más famosa es, claramente, la película que dirigiría James Whale en 1933, interpretada por Claude Rains. Una adaptación razonablemente fiel al original que destaca por unos efectos especiales, no por primitivos menos efectivos. Muy posterior es El Hombre sin Sombra (The Hollow Man, 2000), dirigida por un Paul Verhoeven que ya es un viejo conocido en este artículo. Se trata de una producción notable, no sólo por unos efectos especiales impresionantes que se aprovechan de las modernas técnicas digitales, sino por profundizar en la mente progresivamente desequilibrada del invisible protagonista, y de como la sensación de impunidad y poder terminan por destruir cualquier tipo de contención moral que éste pueda tener.

 

"The Time Machine"La Máquina del Tiempo ha sido otra de las novelas de Wells de cuyo concepto inicial han surgido, literalmente, miles de secuelas en cine y televisión. Nosotros destacaríamos dos películas como adaptaciones directas. La versión de George Pal de 1960, un clásico interpretad por Rod Taylor como el Viajero del Tiempo, de los que destacan unos FX muy avanzados para la época. Mucho más reciente es la versión de 2002, dirigida por Simon Wells (casualmente, nieto de H.G. Wells), interpretada por Guy Pierce y Jeremy Irons, y que incluye conceptos que no estaban presentes en el original de Wells, como los problemas suscitados por las paradojas temporales. En cualquier caso, en ambas películas queda muy diluido el pesimismo de Wells por la evolución de la especie humana que se desprende de la novela original.

 

20000 leguas de viaje submarinoPero Wells no sería el único de los ancestros de la ciencia ficción en ser adaptado. Julio Verne también ha sido con frecuencia fuente de inspiración para el mundo del cine, si bien en los últimos años, sus adaptaciones han sido menos habituales, probablemente porque en sus novelas siempre restringió sus argumentos a lo estrictamente posible dentro de los conocimientos científicos existentes, por lo que muchas de sus ideas se han visto ya superadas por la realidad (un problema que nunca tuvo Wells, para el que la plausibilidad científica importaba poco ante la posibilidad de contar una historia que le interesara). En todo caso, como decimos, las adaptaciones de la obra de Verne son muy numerosas. Como botón de muestra, mencionaremos dos: Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino (20000 Leagues Under the Sea, Richard Fleisher, 1964), la célebre adaptación de la Disney protagonizada por Kirk Douglas y James Mason como el capitán Nemo, y donde el Nautilus pasa de ser un vehículo alimentado por nitroglicerina, a utilizar energía nuclear, que estaba de plena actualidad en el momento en el que se rodo la película. La Isla Misteriosa (Mistery Island, Cy Enfield, 1961), es reseñable sobre todo por incluir en su trama criaturas gigantes que no estaban en el original de Verne, animadas mediante stop motion para mayor lucimiento de Ray Harryhausen, el mago de los efectos especiales de la época.

 

Alfred HitchcockOtro Ray con peso en la historia de la ciencia ficción sería Ray Bradbury, conocido por una visión menos cientifista y más poética de la ciencia ficción. Bradbury está muy vinculado al mundo del cine y la televisión, habiendo trabajado en guiones como el de la adaptación de John Houston de Moby Dick (1956), así como de series de televisión emblemáticas como La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone, 1959-1964) y Alfred Hitchcock Presenta (Alfred Hitchcock Presents, 1955-1962). En lo que se refiere a las versiones de sus libros para el cine, Bradbury ha sido adaptado con  bastante frecuencia, pero desigual suerte. El cuento corto “El sonido del trueno” (The sound of thunder, 1953), donde la muerte de un insecto prehistórico durante un viaje hacia atrás en el tiempo tiene repercusiones catastróficas en el presente, se convierte en su reciente versión para el cine (The Sound of Thunder, Peter Hyams, 2005), en una hinchada, tediosa y poco inspirada película de monstruos de serie B.

 

Crónicas marcianasDiscretamente mejor es la producción para televisión Crónicas Marcianas (The Martian Chronicles, Michael Anderson, 1979). Sin nada que ver con el infame show televisivo de Javier Sardá que se apropió del nombre, Crónicas Marcianas, protagonizada por Rock Hudson,  intenta adaptar el conflicto durante la colonización del planeta Marte, entre los colonizadores terrestres y la civilización autóctona marciana, si bien se pierde mucho de la extrema sensibilidad del original en el camino.

 

Más significativas para la historia del cine fantástico son The Beast From 20000 Fathoms (Eugene Lurie, 1953) y It Came From Outer Space (Jack Arnold, 1953), basados en relatos de Bradbury y que constituyen inusuales acercamientos en torno al tema de los invasores extraños (respectivamente, monstruos marinos y extraterrestres), donde se presenta con cierta comprensión e incluso simpatía al elemento extraño.

 

"Fahrenheit 451"En cualquier caso, la adaptación más recordada de todas las novelas de Ray Bradbury, Fahrenheit 451 (1953) no es anglosajona, sino francesa: Dirigida por Francois Truffaut en 1966, dibuja una descorazonadora sociedad totalitaria en la que los libros están prohibidos y los bomberos se dedican a quemarlos por orden del estado. Truffaut presenta en pantalla un estado opresor parecido al del libro, si bien no tiene tanto éxito en transmitir la reverencia por la literatura que se transmite en el original.

 

"The Incredible Shrinking Man"Ray Bradbury no ha sido el único novelista de ciencia ficción que ha trabajado directamente en cine y televisión. Richard Matheson, sin ir más lejos, también ha trabajado en los guiones de series pinteras, como la antes mencionada Dimensión Desconocida. Como otros de los autores  citados en estas líneas, sus novelas han sido adaptadas con desigual fortuna. El Hombre Menguante (The Shrinking Man, 1954) fue llevada al cine en 1956 por Jack Arnold con escrupulosa fidelidad, narrando la lucha de un hombre por conservar primero su identidad, y más tarde su vida, al verse aquejado por una enfermedad provocada por una nube de radiación que hace que vaya volviéndose lenta pero inexorablemente más pequeño, hasta alcanzar el tamaño de un insecto, y más allá. La película transmite con éxito la esencia de la novela: La progresiva alienación de un hombre cuya progresiva degradación física convierte a su entorno cotidiano y a su familia en algo primero ajeno y luego mortal: Las imágenes de la película en los que el protagonista se ve luchando por su vida contra una araña doméstica que ahora le triplica en tamaño son estremecedoras incluso ahora.

 

Menos afortunada es Soy Leyenda (I Am Legend, 1956), una de las obras más celebradas de Matheson. La novela narra la historia de un hombre, el último en un mundo en el que una enfermedad ha convertido a todos los seres humanos en vampiros. La historia, de tono apocalíptico y desesperanzado, toca el tema de la relatividad de un concepto como la normalidad, cuando la sociedad que define ese contexto se ha desmoronado, y como cuando lo monstruoso pasa a ser la norma, el ser humano “normal” se convierte a su vez en un fenómeno. Esta riqueza conceptual está ausente en la adaptación más conocida de la novela, El Último Hombre Vivo (The Omega Man, Boris Sagal, 1971), protagonizada por Charlton Heston, y que se convierte en una película más de monstruos al uso.

 

Más suerte tuvo Charlton Heston al aparecer en Cuando el Destino nos Alcance (Soylent Green, Richard Fleisher, 1973), que toma como base la perturbadora novela de Harry Harrison, ¡Hagan Sitio, Hagan Sitio! (Make Room! Make Room, 1966). El relato original cuenta con todo lujo de detalles un mundo superpoblado donde los recursos se han agotado drásticamente, dando lugar a una imparable degradación de la sociedad. La película no profundiza con tanto detalle en la descripción de esta inquietante distopia, pero añade ideas interesantes, como el hecho de que el gobierno fomente la eutanasia para combatir la superpoblación, y que, como se descubre en el desenlace, los cuerpos de los ancianos fallecidos se reciclan para elaborar soylent green, una especie de galletas que es el único alimento que puede permitirse la mayor parte de la población.

 

"Planet Of The Apes"Pero siguiendo con Heston, que como puede verse estuvo muy ligado a la ciencia ficción durante los mejores años de su carrera, una de sus incursiones más importantes en este género, por no decir una de sus películas más recordadas, es El Planeta de los Simios (Franklin Schaffner, 1968), adaptación de la novela francesa de Pierre Boulle del mismo título (1963). Aunque en líneas generales, el argumento no varía demasiado entre novela y película, el tono de la primera tiende más a una sátira de la sociedad, mientras que la segunda se orienta más hacia la aventura, si bien el desenlace final de esta última, que no desvelaremos en el improbable caso de que algún lector no la haya visto todavía, va mucho más allá del libro original, y constituye uno de los mejores desenlaces de la historia del cine.

 

2001, una odisea en el espacioMoviendonos un poco hacia delante en el tiempo, no podemos cerrar este artículo sin mencionar 2001, una Odisea en el Espacio, una de las muchas obras maestras de Stanley Kubrick. En este caso, la relación entre cine y literatura es casi simbiótica: Aunque originalmente Kubrick se inspiró en el relato de Arthur C. Clarke, El Centinela (The Sentinel, 1943), que se limitaba a esbozar las consecuencias para la humanidad del descubrimiento de vida inteligente con milenios de antigüedad, Kubrick y Clarke terminaron trabajando juntos en el argumento de la película, de manera que la novela que surgió de esta colaboración, se escribió como punto de partida para escribir el guión de la película. En cuanto a las diferencias entre ambas obras, son más bien estilísticas: Mientras que Kubrick deja algunos aspectos del argumento abiertos a la interpretación, sobre todo en lo que respecta al psicodélico desenlace, Clarke explica lo que sucede, aclarando el destino final del astronauta Dave Bowman, que trasciende su humanidad para convertirse en un ser sobrehumano destinado a custodiar el Sistema Solar.

 

Basten estas líneas como una pincelada, bastante arbitraria e incompleta, me temo, de lo que ha sido la relación, solo ha veces satisfactoria, pero siempre prolífica, entre cine y literatura de ciencia ficción. Quedan muchas películas en el tintero, desde clásicos como El Enigma de Otro Mundo (The Thing from Outer Space, Chistian Nyby,1951), a partir del relato original de John Cambbell, hasta adaptaciones modernas como Contact, de Carl Sagan, adaptado recientemente por Robert Zemeckis. Por no hablar de las que están preparando ahora mismo: Sir ir más lejos, es inminente el estreno de A Scanner Darkly otro relato de Phillip K. Dick protagonizado por Keanu Reeves, y se está trabajando en la adaptación de El Juego de Ender, y de una nueva versión de Soy Leyenda, esta vez protagonizada por Will Smith (lo cual ya da una idea de por donde van a ir los tiros... nunca mejor dicho). Sin embargo, más allá de hacer una relación enciclopédica de novelas y películas, el propósito de estas líneas es dejar claro que el cine es una excelente introducción al mundo de la ciencia ficción, pero numerosas veces da una idea limitada de la riqueza de ideas del género en su vertiente más literaria. Así que un consejo para aquellos que solo conozcan la ficción especulativa por las películas y deseen profundizar en el género: Pasen... y lean.

Beethoven. Fidelio, el coraje de una mujer.

Alvaro López-Jamar


“Oh vosotros, hombres que me miráis y me juzgáis huraño, loco o misántropo, ¡Cuán injustos habéis sido conmigo! ¡Ignoráis la oculta razón de que os aparezca así! Mi corazón y mi espíritu se mostraron inclinados desde la infancia al dulce sentimiento de la bondad, y a realizar grandes acciones he estado siempre dispuesto; pero pensad tan solo cuál es mi espantosa situación desde hace seis años, agravada por médicos sin juicio, engañado de año en año con la esperanza de un mejoramiento, y al fin abandonado a la perspectiva de un mal durable, cuya curación demanda años tal vez, cuando no sea enteramente imposible. Dotado de un temperamento ardiente y activo, fácil a las distracciones de la sociedad, debí apartarme de los hombres en edad temprana, pasar mi vida solitario. ¡ Si algunas veces quise sobreponerme a todo, oh cuán duramente chocaba con la triste realidad renovada siempre de mi mal! y sin embargo, no me era posible decir a los hombres: "¡Hablad más alto, gritad porque soy sordo!"

No he sido capaz de encontrar con mis propias palabras un mejor acercamiento al alma y la obra de este músico. Un hombre sensible, a la vez inspirado y torturado por su propia soledad. La visión moral de Ludwig Van Beethoven, reflejada en sus pentagramas, se basó en una rectitud de principios y en la religión natural nacida del iluminismo, en las ideas humanistas de la ilustración.

Haydn, su profesor, compuso para agrado de príncipes. Mozart supo conciliar los gustos del gran público con el de esos príncipes. Pero Beethoven nunca permitió ser dominado por mecenas alguno. Su idealización de la nobleza como concepto espiritual, nada tenía que ver con esa aristocracia de carne y hueso. La relación con el Príncipe Lichnowsky durante más de doce años fue más propia del hijo adoptivo, -muchas veces maleducado-, que el de un artista protegido. Beethoven, en su desafío constante al mundo, se sentía arropado por el profundo afecto de los príncipes, pero también deseoso de verse libre de su dominio. No soportó tener un mecenas único como Haydn y orientar su creación a la popularidad cediendo al gusto de los públicos. Fue un hombre libre pero atormentado por frustraciones amorosas, su sordera y una vida interior en búsqueda de una virtud. Valores que fueron ensombrecidos por un mal carácter provocado por los fantasmas de esa incomunicación. “¿Cómo me iba a ser posible ir revelando la debilidad de un sentido que debería ser en mí más perfecto que en los demás?, un sentido que en otro tiempo he poseído con la más grande perfección, con una perfección tal que indudablemente pocas personas de mi oficio han tenido nunca. ¡Oh, ésto no puedo hacerlo!”

Desde pequeño mostró notables disposiciones para la música. Su padre, tenor de la corte con problemas de alcoholismo, obsesionado por el ejemplo de Leopold Mozart, quiso hacer de Ludwig otro niño prodigio. Le obligaba a estudiar con dureza largas horas. El maltrato físico era algo cotidiano en esa peculiar educación musical mezclada con alcohol.

Recibió lecciones  de Mozart y Haydn. Mozart advirtió: "Escuchen a este joven; no lo pierdan de vista que alguna vez hará ruido en el mundo". Sin duda, la Tercera Sinfonía Heroica sacudió con violencia el mundo de la música, fue calificada de “larga, complicada, incomprensible y excesivamente ruidosa”. A partir de ahora ya nada sería lo mismo, resultando imposible para futuros compositores no sentirse acomplejados ante esa revolución que alcanzó magnitudes nunca soñadas. Las sonatas para piano Appassionata y Waldstein llegan a tener una sonoridad absolutamente orquestal, llegando al límite de la técnica y de los instrumentos. En 1802 escribió que los fabricantes de pianos estaban “revoloteando alrededor de mí, en su ansiedad... por fabricarme un pianoforte exactamente como yo desee”.

Wagner  decía que Beethoven no buscaba el virtuosismo fácil para satisfacer al público, eso es evidente en sus últimos cuartetos para cuerda, compuestos a sabiendas de que ningún público podría apreciarlos por ininteligibles. Tampoco buscaba poner a prueba a los ejecutantes, sino lograr sensaciones, sonidos, que eran imposible de lograr por otros medios debido a las limitaciones de la orquesta y los instrumentos de su tiempo.

A lo largo de nueve trabajosos años Beethoven rescribió Fidelio varias veces, Empezó la ópera mientras esbozaba la Tercera sinfonía y la acabó cuando empezaba la Octava. A lo largo de aquella década, el autor reflexionó sobre los cimientos dramáticos de la historia, así como sobre el mensaje universal que deseaba comunicar al público. Como veremos más adelante ese concepto varió. No fue un trabajo fácil, Beethoven tuvo hacia el teatro musical una relación intensa y problemática. Para Beethoven la ópera era un género con demasiadas servidumbres formales y se sentía prisionero de una serie de usos que en su nuevo mundo instrumental y sinfónico no le oprimían, allí era libre.

Reprochó a Mozart su Don Giovanni por tener demasiado libertinaje en su libreto. Entre ese Don Juan y la exaltación de un violador en serie, apenas había un paso. La exitosa ópera italiana de Rossini en Viena, -“no tiene estilo, sólo es capaz de hacer pastiches”-, tampoco era de su agrado. Todo ello estaba demasiado alejado de su concepto de la ópera para servicio de nobles ideales.  Para Richard Wagner “la ópera italiana sirve a la moda y el capricho, es formal, sin esencia humana. El arte alemán con Beethoven inicia el cambio”. No cabe mejor halago de alguien, como Wagner, dotado de tanta soberbia.

El primer contacto de Beethoven con Leonora-Fidelio ocurrió tarde, a los treinta y tres años. El argumento elegido fue la obra Leonore de Jean-Nicolas Bouilly, estrenada con mucho éxito en el París de 1798. La trama basada en un episodio real sucedido en la etapa del terror con Robespierre, inauguró para él un nuevo género, “la ópera de rescate”. El proyecto no era nada original, varios compositores habían compuesto para esa misma obra anteriormente, pero el drama de Leonora y Florestan era perfecto para su reflexión sobre uno de los ejes principales de la vida y el arte del compositor, la  libertad, la igualdad y la fraternidad.

Sus personajes se componen de un noble injustamente encarcelado, una “fiel esposa”, -en realidad toda una mujer inteligente y valerosa, muy alejada del arquetipo del “Cosi fan tute” mozartiano con féminas de cabeza hueca o las seducidas fácilmente por sus escasas luces por Don Giovanni-, también un déspota usurpador y un príncipe salvador que era cauce perfecto para describir los ideales iluministas del compositor.

La Revolución Francesa encendió el corazón de la intelectualidad europea sobre ese concepto de libertad y justicia. Goethe escribe Egmont en 1790, sobre el amotinamiento de los Países Bajos contra la dominación española. En 1804 es Schiller, con Guillermo Tell y la manzana sobre la cabeza de su hijo, quien simboliza la independencia Suiza. La llegada del joven Napoleón supuso la difusión por toda Europa de esos ideales republicanos, despertando sueños de libertad e independencia.

Tantos anhelos provocaron un triste desengaño cuando el héroe se coronó Emperador y sumió a Europa en un inmenso campo de batalla. El largo periodo de composición de Fidelio tuvo esa primera fase 1805 en que se concibió como una “opera de rescate”, inspirada en la confianza del iluminismo, en el triunfo del bien y la justicia sobre el mal. Pero la versión final de 1914 fue compuesta y percibida por el público según las últimas intenciones de su compositor, una alegoría de la victoria de Europa sobre el tirano y el usurpador, provocador de todo ese desencanto. 

En la música aparentemente Singspiel, dirigida a toda clase de públicos y bajo esa la trama ética en Fidelio, subyace una temática llena de complejas referencias psicológicas y de contradicciones. Se inicia en una especie de arcadia Mozartiana en la que Rocco intenta acordar el matrimonio de su hija Marcelline con Fidelio, su joven amado. Pero las cosas no son tan bonitas. Bajo ese trasfondo idílico se puede observar que ese mundo es más oscuro. El padre afectuoso es carcelero. Ese joven amado, Fidelio, en realidad es Leonora, una mujer disfrazada de guardián que se ha introducido en la prisión para sentirse más cerca de Florestán, su marido encarcelado. Florestán, preso por un delito sin identificar, se encuentra en una mazmorra bajo el suelo.

Nadie suele cuestionarse, -¿Quién es realmente el héroe de este drama, el preso o su esposa?-. No es una mala pregunta, en el personaje de Leonora pueden encontrarse la valentía, la inteligencia, la astucia, el amor conyugal, la nobleza de ideales, la lealtad y el sacrificio. Mientras que Florestán, enterrado en vida, se presta toda una serie de simbología telúrica sobre la falta de libertad, la incomunicación y el acto de renacer a la luz. También es interesante destacar el tabú y el carácter prohibido y ambiguo de la atracción sexual que Marcelline pudiera sentir por Leonora. La virilidad de Fidelio resulta cuanto menos dudosa.

La historia sigue cuando Pizarro ordena a Rocco que asesine a Florestán a cambio de la autorización del matrimonio de Leonora-Fidelio con Marcelline. Rocco acepta el trato. El dilema moral es claro para Leonora, su propio concepto de fidelidad le obliga a traicionar a su marido al prometer su amor a Marcelline, para llegar a una situación que finalmente sería irresoluble. Más tarde Rocco y Leonora se encargan de preparar la tumba de Florestán, la esposa prepara el asesinato de su marido. De una ópera sobre un asesinato, se realiza el inverosímil milagro del rescate. La oportuna llegada del Ministro don Fernando, la reasunción de la identidad femenina, el castigo al malvado Pizarro y el canto a la libertad, la valentía y el amor.

No es difícil identificar a Florestán, encerrado bajo tierra, con la incomunicación carcelaria padecida por Beethoven y su profunda soledad. Los pensamientos suicidas fueron frecuentes en su vida. La figura de heroína bisexual no sería la única en la obra del compositor, “qué alegría sería convertirme en hombre”, se canta con vestido militar en Egmont Op.84. Podemos imaginar al compositor sacrificado por sus ideales abstractos y ver el paralelismo entre el sufrimiento de un inocente y la esperanza de ese final feliz inverosímil. Para Wagner “el mismo instinto que lleva a Beethoven a imaginar el hombre bueno, le lleva a crear la melodía para ese hombre bueno, quiere llevar la melodía a una inocencia tan pura que se hubiera perdido en una música artificial”.

Beethoven siempre se sintió atraído por mujeres casadas o comprometidas, desarrollando en su vida una “intensa pasión por lo inalcanzable”. La vida amorosa de Beethoven fue causa de sufrimiento toda la vida, precisamente por ausencia de la misma. Despierta mucha curiosidad entre estudiosos la misteriosa correspondencia con su “amada inmortal”. Unas fuentes aseguran a Antoine Brentano, una mujer casada en un matrimonio concertado por su padre sin su consentimiento, mientras que otras apuntan a Josephine von Brunswik, de cualquier modo otra mujer casada. Al parecer sólo de forma tardía acudió el Maestro al sexo de pago y no sin sentimiento de culpa. La palabra en clave para referirse a las prostitutas era “fortalezas”. “Defendamos con celo las fortalezas del imperio, que como ud. sabe, perdieron su virginidad hace mucho tiempo y ya han soportado varios asaltos”, escribió en 1813 a su amigo Zmeskall en uno de esos “Cuadernos de conversación”, vehículo de su comunicación cotidiana. Pero esta desinhibición no debe hacernos olvidar su sentimiento de repugnancia y de culpa “la unión sensual sin la unión de almas es bestial y siempre será así”

La composición de Fidelio finalizó en 1804, pero el libreto, adaptado en primer lugar por Joseph Sonnleithner del original de Bouilly, resultó muy extenso. Estrenada la obra en noviembre de 1805, las circunstancias no presagiaban lo mejor. La ocupación de Viena por los ejércitos napoleónicos hizo que el aforo del teatro estuviera ocupado mayoritariamente por victoriosos y prepotentes oficiales de la Grand Armée. La aristocracia vienesa, admiradora de Beethoven, esos días ya no se encontraba en la capital austriaca huída a sus residencias más seguras. La ópera no contó con cantantes de las características necesarias. Fidelio sólo se representó tres noches, fue todo un fracaso. 

Al año siguiente Beethoven revisó la obra, se piensa que por insistencia de algunos amigos. Parece que por una de las indicaciones del príncipe, -siempre muy respetuosas, no fueran a provocar el enfado del músico-, la composición se redujo bastante en texto y música. Beethoven finalmente en 1814 encargó a G. F. Treitschke la que sería la versión definitiva del libreto. Los actos se redujeron de tres a dos proporcionando un mayor clímax dramático. La acción principal ganó importancia frente la las acciones paralelas, como la relación entre Marcelline y el enamorado suplente, Jaquino. Era obvio que la relación entre Leonora y Marcelline no iba a cuajar. 

Tenemos por tanto tres Fidelios con visiones muy diferentes. La primera Leonora es más barroca, mezcla entre sus recitativos la ópera italiana y francesa con el singspiel. La segunda Leonora es más larga y más equilibrada, pero sobre todo cuenta con esa impresionante obertura, que parece precursora de los “leiv motiv” wagnerianos que expresan sentimientos y acciones que aparecerán repartidos a lo largo de toda la obra. En ella está para Wagner la esencia. “Lo mejor de Leonore es la obertura, allí se resume todo el drama humano”. La evolución hasta el Fidelio que actualmente solemos escuchar, llega con otros significados. Del drama sobre una injusticia concreta de la época jacobina, deviene una lucha titánica y oscura entre conceptos éticos globales y universales, con muchas lecturas posibles en clave interna. Finalizada una ópera tan trabajosa, fruto de nueve años de trabajo, resulta sorprendente su ofrecimiento a la ópera de la corte de Viena, de seguir componiendo una ópera anual y la petición de un salario de 2.400 florines. No hubo  respuesta, la verdad es que ahora lo lamentamos.

 “Nunca he visto antes un artista con mayor poder de concentración, con más energía interna que Beethoven... por desgracia posee una personalidad indomable,  aunque no se equivoca al considerar al mundo detestable... pero seguramente no lo hace más divertido ni para él, ni para otros con su actitud.”

Johann Wolfgang Goethe

Lecturas Recomendadas

Elisa Maldonado


1. Travesuras de la niña mala de Vargas Llosa. Fabulosa. Engancha casi mas
que La Fiesta del Chivo, que ya es decir. Mientras la lees evocas lo que
puede llegar a ser el gran Amor, con mayúsculas, y , a la vez, lo debil que
es el ser humano y la de degradaciones que aguanta por Amor, con mayusculas;
Es tierna y durisima a la vez y , en definitiva, maravillosa

2. Brooklyn Follies de Paul Auster. El final te pone los pelos de punta,
solo digo éso para invitar a su lectura. Si estás familiarizado  con NY la
novela te hace vivir en primera persona de nuevo tus experiencias en esa
gran urbe, lo cual es emocionante. Además, durante su lectura, te vuelves
cada vez mas positivo y constructivo y acabas amando la vida . Su lectura es
una inyeccion de energia maravillosa !


El futuro de la Web

Pablo Rojas

Durante las últimas décadas los principales actores de la industria de las telecomunicaciones y la informática han ido desplegando de forma estratégica sus estándares propietarios para sacar el máximo jugo a las carteras de los usuarios. Pero como dice el refrán popular, no hay mal que cien años dure, y durante el último año y pico este panorama ha cambiado ostensiblemente.

Gracias al uso cada vez más extendido de la Red, la revolución del Software Libre ha calado profundamente entre los usuarios de todo el mundo. Probablemente lo repita a lo largo del texto, pero creo que vale la pena destacar de qué clase de libertad estamos hablando.

El Software Libre, gratuito o no, pretende ser una alternativa real y viable al Software Propietario, aquel que además de ser de pago y propiedad de la empresa que lo desarrolló, no es modificable y únicamente puede ser usado en los términos que dicha la empresa lo permita. Nadie pretende eliminar el Software Propietario del mercado, sino tener libertad de elección. Tampoco se trata de no pagar, sino de evitar el abuso monopolista de los grandes del sector.

El concepto ha traspasado la barrera de los sistemas que dan vida a los ordenadores, el software, para llegar a los datos que estos mismos procesan. De la misma forma que muchos de nosotros nos negamos a comprar Software Propietario cuando no es necesario, ¿qué sentido tiene confiar mi información a una empresa sin tener ninguna garantía de poder retirarla cuando yo lo desee sin necesidad de pagar por ello o pasar por un calvario binario?

Si tuviera que expresar este sentimiento poniéndolo en boca del usuario medio, la frase sería algo como : "no pienso dejar mis datos, ya sean identidades digitales, fotos, vídeos, entradas de blog o cualquier otra forma de información digital,  en manos de la empresa X a menos que ésta se base en estándares abiertos para su funcionamiento y que, por tanto, me garantice la posibilidad de llevarme mis datos a cualquier otro sitio cuando yo, propietario de dicha información, lo desee. Cobradnos cuando sea necesario, estamos dispuestos a pagar dentro de los límites que impone la lógica del mercado, pero no intentéis controlarnos.". Sí, reconozco que suena un poco a Matrix, pero describe bastante bien la situación actual.

Es curioso constatar como la misma Red que algunos pretendían controlar, se ha vuelto contra ellos en forma de avalancha de karma electrónico negativo que se propaga  a la velocidad de la luz a través de las arterias del vasto sistema circulatorio en que se ha convertido Internet, llegando finalmente a través de los más finos capilares a millones de usuarios alrededor de todo el mundo con resultados devastadores para este tipo de intentos de control. Recuerdo al lector que estas ansias de libertad digital han llegado a poner de rodillas a la gigantesca industria de la música y del cine.

La tendencia actual discurre paralela a esta última reflexión. Somos propietarios no solo de nuestro software, sino también de nuestros datos. Para garantizar a sus usuarios dicha la facilidad de acceso a sus sistemas, las grandes compañías, abanderadas por el gigantesco Google implementan cada vez en mayor medida sus servicios sobre estándares abiertos. Estos definen esquemas de almacenamiento de datos y formas de comunicación entre sistemas que son publicados sin restricciones, de tal forma que cualquier desarrollador pueda usarlas en beneficio propio, e incluso cimentar las bases de su negocio sobre ellos. Este nuevo compromiso para con la libertad, la transparencia y la facilidad de uso, está generando sinergias inesperadas que han dado lugar a un nuevo tipo de páginas Web a las que haré referencia más adelante.

Aquellas empresas que todavía siguen explotando sus modelos de negocio habituales ("este es mi terreno y aquí no entra nadie sin que yo lo controle"), empiezan a enfrentarse a pérdidas derivadas de que los usuarios ya no aceptamos esas reglas de juego. Muchas de estas empresas se enfrentan a la difícil pregunta  ¿deberíamos adoptar estas nuevas herramientas y estándares abiertos canibalizando dolorosamente nuestro beneficio en favor de un concepto nuevo e incierto, o quedarnos con nuestro lucrativo modelo de negocio actual arriesgándonos a que las pequeñas empresas 'abiertas' acaben con nuestra porción de pastel en pocos años?

Técnicamente este tipo de transparencia se sustancia en las llamadas API (Application Programming Interface), o Interfaces de Programación de Aplicaciones.

En el prólogo de su libro Historia del Tiempo, el famoso físico Stephen Hawking narra cómo su editor le 'invitó' a evitar el uso de ecuaciones matemáticas en su libro. "Por cada ecuación que introduzcas en el libro, perderás un uno por cien de tus lectores" debió ser la frase en cuestión. Hawking, que es una persona extremadamente inteligente, se las arregló para conseguirlo y vender millones de ejemplares de su libro. He pensado que, salvando las enormes distancias, puede aplicarse la misma premisa a aquellos que intentamos divulgar tecnología en lugar de física, así que intentaré reducir el número de siglas y acrónimos. Aún con todo, ruego encarecidamente al lector que si encuentra en el texto uno de esos monstruos de 3 o 4 letras mayúsculas como el del párrafo anterior, no se desanime, salte al siguiente párrafo y siga leyendo.

Esas Interfaces de Programación de Aplicaciones o API's no son un invento nuevo. Ni siquiera se trata de nada excesivamente complicado. De hecho, es conceptualmente tan sencillo que casi avergüenza venderlo como algo novedoso. Para ilustrarlo mejor, y aburrir un poco menos, veámoslo con un ejemplo. eBay es la Web de subastas online más grande y compleja del mundo. En ella, los usuarios ponen en venta artículos nuevos o usados, y los compradores pujan por dichos artículos. Hasta hace poco más de un año, la única forma de usar el sistema era entrar en la página Web de eBay. Sin embargo, en septiembre de 2005 eBay hizo publicó una interfaz que hacía fácilmente accesible la funcionalidad de su sistema de subastas. Este interfaz permite que terceros desarrollen aplicaciones o Webs que hagan uso de la enorme base de datos del sistema eBay.

Este tipo de acceso a sistemas a través de métodos públicos y bien documentados, hace posible que una empresa cualquiera pueda escribir una pequeña aplicación que alojada en un teléfono móvil de última generación (sigo dando rodeos para evitar el uso de acrónimos), conecte periódicamente con el sistema de eBay y avise al usuario cuando ocurra algo de su interés. Dicho de otro modo, esa aplicación posibilitaría que un usuario instruyera a su móvil para que le avisara cuando fueran puestos a subasta artículos de su interés.

Como suele ocurrir con las buenas ideas, cunde el ejemplo, y la mayoría de los grandes de Internet están usando estándares abiertos y haciendo públicas interfaces para manejar sus sistemas basados en ellos. Para los más puristas, cabría hacer distinción entre estándares abiertos reales -aquellos respaldados por algún organismo reconocido- y aquellos que son 'de facto' -sistemas que publican sus modelos de datos y que son tan usados que se convierten en estándares no reconocidos oficialmente-. Por lo que a este artículo se refiere, y debido a que está orientado a personas con poca o ninguna formación técnica, no voy a hacer esa distinción.

Esta nueva forma de trabajar ha dado lugar a un nuevo tipo de páginas Web. Son las denominadas 'Mashups', o Aplicaciones Web Híbridas.

Un ejemplo clásico de Mashup es el de una aplicación que muestra datos sobre la ubicación física de un inmueble tomando datos de una Web de alquiler y venta de pisos y presentándolos posteriormente en un mapa interactivo proporcionado, por ejemplo, por el servicio Google Maps. Aunque el ejemplo puede complicarse más -añadiendo sistemas de notificaciones vía SMS, Mail automáticas, opiniones sobre vendedor en foros públicos, etc.-  en este caso el programador de esta nueva criatura hace uso lícito de datos y servicios proporcionados por dos páginas Web, refundiéndolos en una tercera que presta un servicio diferente al prestado por los sistemas originales.

Las Webs Híbridas viven estos días su particular explosión Cámbrica, apareciendo varias de ellas cada mes. Por supuesto la selección natural, encarnada en esta ocasión por las preferencias y gustos de los internautas, tendrá la última palabra y hará que esta iniciativa sedimente quedando únicamente aquellas que realmente ofrezcan algo interesante a los usuarios. La mayoría de ellas combinan, de forma innovadora, datos y funciones de sistemas como eBay, Amazon.com, Google, Windows Live, Yahoo!, del.icio.us o Flickr.


En base a la observación de las tendencias comentadas, y observando las carencias que esta tecnología presenta en la actualidad, no es muy difícil atinar qué servicios proporcionará la Web a corto/medio plazo. ¿Qué cabe entonces esperar de la Web durante los próximos cinco años?

En primer lugar veremos nacer los sistemas de gestión centralizada de identidad en la Red. Además de constituir un innegable avance tecnológico el el área de la seguridad, la clave para su éxito residirá en la comodidad de uso de la Red para los usuarios.

Cada día usamos más servicios/aplicaciones Web y esta tendencia seguirá aumentando durante los próximos años. Los adelantos en infraestructuras y dispositivos de telecomunicaciones permitirán, sin duda, que podamos acceder a la Red en cualquier momento, desde cualquier lugar y con dispositivos mucho más adaptados a los humanos que los actuales. Pero al margen de estos adelantos  puramente electrónicos, para que el consumo de información a través de la Web sea fluido, hay aún que derribar muchas barreras para hacerlo más fácil de usar.

En este aspecto, uno de los principales escollos de la Web actual es la forma en que los servicios Web gestionan la identidad de cada usuario. Cada servicio -correo, blog, chats, foros, servicios del ciudadano o bancarios online, etc.- requiere para su uso una correcta identificación del usuario mediante los consabidos usuario y contraseña. Creo que todos somos conscientes de lo odioso que llega a resultar el tener que recordar e introducir ese par de palabrejas cada vez que entramos en una Web que requiera acceso -las interesantes-. El método facilón de que el ordenador 'recuerde mi contraseña en este equipo' es MUY poco recomendable por motivos de seguridad. Vamos, que ni se os ocurra dejar en el ordenador de la oficina el acceso a vuestro banco.

La solución: un método centralizado y seguro de gestionar las identidades. En el futuro próximo, un identificador y contraseña únicos nos darán acceso seguro a todos los servicios online que deseemos utilizar.

El esquema de funcionamiento es bastante sencillo, siendo similar a un repositorio en el que se pueda almacenar nuestra identidad digital  para gestionarla posteriormente de forma que podamos decidir con qué servicios queremos que interactúe. Actualmente ya existen propuestas de estándares abiertos que definen esta arquitectura. Sin embargo, parece que tendrán que pasar al menos un par de años para que estas tecnologías sedimenten.

Es interesante destacar que Microspora intentó generalizar un sistema de estas características hace unos pocos años con su tecnología Pasaportar. Pasaportar fracasó estrepitosamente debido al recelo que levantaba entre los usuarios. Eso de dejar nuestros datos en manos de una empresa privada que, básicamente, se adueña de nuestros datos no está muy de moda que digamos. Tal como he comentado al principio, hoy día los colectivos de usuarios reaccionan ante este tipo de iniciativas cerradas de forma virulenta, relegando dichos sistemas a algo parecido a un ostracismo digital.

Otro punto que cambiará la forma en que interactuamos con la Red es la gestión de la atención de los usuarios. Todos conocemos empresas como Google, Ahoyo! o Alta vista que ofrecen servicios de búsqueda de información en Internet de forma gratuita. ¿Gratis? ¿Sabéis qué cantidad de trazas sobre nuestros gustos y preferencias dejamos los usuarios al navegar por Internet? Actualmente, los Departamentos de Marketing y Atención al Cliente hacen uso de este tipo de información una vez extraída de sus páginas Web, para adecuar y mejorar la calidad de sus productos o servicios.

Pongámonos por caso ahora en la piel de una empresa como Google. Google nos ofrece un maravilloso buscador a cambio de hacer uso de nuestros hábitos de consumo de información, eso sí, de forma anónima... O casi. La georreferencia de direcciones de Internet es un truco mágico, al menos así lo diría Arthur C. Clarke, mediante el que un servidor puede conocer el origen de cualquier solicitud electrónica que se le efectúe. Así, los amigos de Google, si bien no tienen nuestros datos personales, saben desde qué ciudad o al menos desde qué zona geográfica, realizamos la solicitud y qué información estamos buscando. Solamente con estos dos datos, el sistema puede darnos como respuesta unos resultados muy afinados y obtener, de paso, información sobre dónde estamos y qué buscamos. Con esta información Google nos presenta publicidad sensible al contexto, o sea, en función de lo que consultemos. Las empresas pagan cantidades muy respetables por presentar su publicidad de forma asociada a ciertos términos y/o zonas geográficas. Este modelo de negocio ha llevado a Google a convertirse en una de las empresas más económicamente rentables del mundo. El mercado de la información funciona.

Este panorama cambiará, y cada vez más. Los grandes gigantes de la Web harán más y mejor (o peor) uso de estos datos. De forma general podemos hablar de este tipo de datos como de información sobre la atención de los usuarios. Al igual que sobre sus datos más tangibles como fotos, textos, etc. los usuarios ya comienzan a reclamar el control, la posibilidad de gestionar su información de atención para ser ellos los que decidan si cederla o no para su uso público, y de qué forma. Ya existen algunas propuestas técnicas para este tipo de sistemas. Ahora queda esperar a ver qué hacen los grandes cuando el gran público les pida el control de sus perfiles de internauta.

Menos revolucionarios pero también muy importantes son los formatos digitales de multimedia. Hasta ahora los famosos Flash, Windows Media, Quicktime y demás, han ayudado a la Web a evolucionar hasta lo que es hoy día, una red, casi, infinita de información multimedia.

Sin embargo, todos los formatos referidos son propiedad de sus respectivas empresas. Actualmente se están desarrollando estándares multimedia abiertos que nos garantizen que podamos disfrutar de esta información sin necesidad de . Mi apuesta personal es que cuando las las compañías, al menos algunas de ellas, vean cómo los usuarios exigen alternativas abiertas para este tipo de información, comenzarán a ceder derechos y abrirlas totalmente al público, o dicho de otra forma, a ceder y publicar la forma en que funcionan sus formatos.

Aunque me dejo algunas novedades menores en el tintero, el último gran avance que quiero comentar, el de mayor calado, no será una gran revolución, sino una gran evolución. La Web actual está llena de información en forma de textos, vídeos, imágenes, sonidos y animaciones e información de diversa índole sustanciada en diferentes formatos electrónicos enlazados a través de un lenguaje de marcas que permite interconectar todos esas piezas de información. ¿Qué ocurre cuando hacemos una solicitud a un buscador? El sistema busca coincidencias comparando lo que buscamos, y pequeñas variaciones que lo harán más preciso, con la información que tiene almacenada en su enorme base de datos. Este funcionamiento tiene un fallo importante. El sistema NO entiende lo que está buscando, lo hace a ciegas, por aproximación sintáctica y no semántica. Pese a Google y compañía, si los sistemas no comprenden el significado de lo que se están buscando, los resultados de dicha búsqueda no aportan mucha inteligencia al proceso.

Estamos lejos de tener ordenadores capaces semánticamente así que, de momento, la gran evolución de la Web actual es la Web Semántica.

La Web semántica nace con la idea de añadir metadatos semánticos -información sobre el significado de los datos- a la Web actual sin necesidad de  hacer cambios profundos en su tecnología subyacente. De ahí que haga especial hincapié en que se trata de una evolución y no una revolución.

Esta información extra —que describe el contenido, el significado y la relación entre los datos— deben ser dadas en forma formal, para que los ordenadores puedan procesarlas, así que ya tenemos otro conjunto de siglas que evitar mencionar. De todas formas basta saber que sirven para definir el lenguaje que permitirá describir sobre qué va nuestra información.

Con este añadido a la Web podremos, por ejemplo, publicar un vídeo promocional sobre el lanzamiento del nuevo Audi TT v2006 y anexarle información semántica formal sobre el formato del vídeo, el tema tratado -promoción, marketing, coches,.. - la marca  el modelo, el color de la carrocería, el equipamiento del coche que aparece en el vídeo, etc. y enlaces a otras piezas de información disponibles en la Web como por ejemplo uno que nos responda la disponibilidad del modelo a fecha de la petición o lo estratosférico del precio del modelo en cuestión.

Seguiremos sin tener máquinas inteligentes, pero podremos buscar y solicitar información de una forma mucho más lógica, posibilitando consultas como “quiero ver vídeos promocionales oficiales de menos de 5 minutos sobre coches de gasolina de más de 2 litros que fueron lanzados al mercado entre enero y julio de 2006 y que fueron bien valorados por los usuarios en los foros de opinión, junto con sus precios”. Bueno, sigue sin ser magia, pero ahora ya empieza a parecérselo.


La batalla entre software libre y software propietario no ha sido sino el inicio de una guerra que se perpetuará por siempre, una guerra que ya se ha librado fuera del campo de las telecomunicaciones y la informática. La guerra por la libertad. Esta pugna se ha saldado de momento con un reequilibrio de fuerzas entre propietario y libre. Pero lo más interesante no es abandonar el uso del software propietario en favor del software libre, sino que calara entre los usuarios la idea de que deben tener capacidad de elección para el software que da vida a sus ordenadores de la misma forma que la tienen para elegir la marca y modelo de su coche, su formación académica o el banco donde depositan sus ahorros.

Con las espadas aún en alto en este frente, las comunidades de desarrolladores primero, como fuerza de choque de un mundo que conocen y en el que se desenvuelven muy bien, y los usuarios después, libran una pugna muchísimo más importante. La guerra por la propiedad de su información personal en todas sus formas, elemento fundamental de la nueva economía de la información y de nuestro futuro tecnológico.

La mayoría de los grandes han comenzado a adaptarse a estas nuevas exigencias, y los que todavía no lo han hecho lo harán, so pena de sufrir graves pérdidas o, peor aún, un rechazo total por parte de los usuarios. Que nadie piense que las grandes empresas 'perderán' de alguna forma. Simplemente readaptarán sus modelos de negocio permitiéndonos, de momento, esa ansiada libertad digital. A mí, por el momento, me basta con eso.