sábado, marzo 15, 2008

Chesil Beach

Dos reciencasados pasan su noche de bodas en un hotel cercano a la playa de Chesil. En un sola línea puede resumirse una trama simple, mínima que se convierte, en su desarrollo, en una verdadera obra maestra. La extraordinaria habilidida de McEwan en construir un mundo a partir de una situación anónima, reptida en el tiempo por millones de personas, común en el vasto sentido del término, es lo que más me ha cautivado de su lectura. Porque no es que la historia sea la excusa, es la pura espuma para bucear por la psicología del dúo de personajes que son un contrapunto constante. Sumergirse en la atmósfera cultural de aquellos 60 libérrimos en la Gran Bretaña de la época (también hubo movimiento hippie aquí). Los personajes están maravillosamente construidos porque se contruyen así mismos. Olvidas, de hecho, en determiandos momentos que haya álguien ahí que los está imaginando. Porque es todo el andamiaje psicológico de ambos, el ramillete de miedos, esperanzas, frustraciones, anhelos, frustraciones resueltas con grueso trazo, una de las cosas que más impacta de esta novela, breve, elegante, contruida siguiendo la estructura de una sonata (presentación de tema, variación y desenlace). El final es un giro rápido que nos sitúa en la perspectiva sobre la evolución de los dos personajes que imaginariamente se reencuentran en un pasado que pudo ser y no fue. Él no acaba de ser redimido de sí mismo, ella triunfante concertista que no supera la soledad que le ha marcado un destino incomprensible. McEwan deja suspendida en el centro de nuestra atención la pregunta de qué hubiera ocurrido si Edward hubiera corrido tras Florence aquellas noche incomensurable después de esa fallida primera experiencia que los aleja para siempre. Ese "de lo que pudo haber sido y no fue" es el remate de una narración que queda abierta, supurando misterio desde el interior de nosotros, en plena identificación con los personajes. Esta novela me ha demostrado que lo más está en lo menos, que el todo está en los detalles, los comunes, los que más nos pasan desapercibidos y que las grandes contrucciones, los grandes "fallas" literarias esconden per se trampas de percepción. Y que todavía sigue teniendo ventaja la buena literatura como vía de conocimiento a la hora de "aprehender" la realidad que nos rodea y compartirla con los demás.